domingo, 14 de abril de 2013

Pájaros en jaulas. Una fábula porteña.

Las habladurías del mundo no pueden atraparnos.
Luis Alberto Spinetta

Primera Parte


Había una vez un planeta con unos seres que se creían los dueños de todo. Y cuando digo todo, me refiero a todo lo atrapable. Se creían dueños del agua que tomás, se creían dueños de la tierra que pisás, se creían dueños de los animales, se creían dueños de los árboles, las plantas y las comidas. Hasta algunos seres de éstos, se creían dueños de otros seres iguales a ellos.

Todo lo que fuera atrapable tenía una jaula. Con el paso del tiempo todo estaba siendo apresado. El agua en un envase de plástico, la comida en una caja de cartón, los animales en jaulas, los árboles en parques enrejados o en hectáreas alambradas, la música en cajitas de plástico y hasta inventaron una jaula con forma de reloj con lo que decían ser dueños del tiempo.

Esos seres que se creían dueños de otros seres buscaron formas varias de atrapar al prójimo. El civilizado progreso trajo nuevos envases: manicomios para los incomprendidos, hospitales para los tristes, cárceles para los fallados, fábricas para los hambrientos, shoppings para los fundamentalistas, edificios sin balcón para los ciudadanos. Pero por más sellada que sea una puerta, siempre entra un chiflete por algún lado. Por más de que no quieras... siempre entra el aire.

Todavía algunos seres no estaban pudiendo ser atrapados, porque había todavía un lugar donde poder ser uno mismo. Había pájaros fuera de las jaulas y otros que vivían en jaulas pequeñas donde sus dueños les daban la ración diaria de mijo.


Segunda parte


Había una vez una ciudad en Sudamérica que quedaba a orillas del Río de la Plata y se llamaba Buenos Aires. Y había en Buenos Aires unos seres que se creían dueños de todo. Y cuando digo todo, me refiero a todo lo atrapable.  Se creían dueños del agua que tomás, se creían dueños de la tierra que pisás, se creían dueños de los animales, se creían dueños de los árboles, las plantas y las comidas. Se creían dueños de las plazas, las formas de viajar, de la cultura, del orden establecido y de la razón. ¡Hasta los sueños fueron envasados y vendidos en cómodas cuotas! Y quienes se creían dueños de otros seres iguales a ellos, creían también ser dueños de la decisión de decir lo que está bien y lo que no. Se creían que habían atrapado todo lo posible de atrapar.

El civilizado progreso transformó espacios de pensamiento y liberación en más envases durante el siglo XX: sindicatos, gremios, partidos políticos, centros de estudiantes, agrupaciones políticas y hasta bandas de rock se volvieron funcionales a la vida en las jaulas. Y quizás la invención más importante del siglo: una jaula transportable, un envase para seres humanos, la fantasía de la propiedad privada para llevar. Inventaron el automóvil.

La calle es el aire por donde los seres vuelan de árbol a árbol. La calle tiene el aire que inunda todo. Fuera de tu jaula-departamento está la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire.
 
Tercera parte



Y había una vez otro planeta dentro de ése planeta donde habitaban los seres que se creían los dueños de todo. En éste otro planeta los seres no perseguían lo atrapable. Sus sueños eran intocables, impalpables, pero no por eso eran imposibles o inexistentes.

Y eligieron una forma de andar por la calle, por ese anteúltimo bastión liberado y lleno de aire. Aunque publicitariamente eso ya era propiedad única de los automovilistas, éstos seres amantes de lo inatrapable, pájaros sin jaula, ofrecieron una nueva forma de resistencia. Una forma diaria, una forma inatrapable, una forma individual. Porque no podían esperar a que fuera la hora de un cambio, porque no podían esperar a que envasen sus pasiones como ya hicieron y porque era difícil mirarse a los ojos en un mundo con tantas paredes y humo negro.

Y de casualidad, empezaron a encontrarse. Como no estaban dentro de una jaula al andar por la calle se miraron a los ojos. Primero dos, después se sumó otro, luego se sumaron otros de otro barrio lleno de jaulas más al sur. A esos diez se sumaron otros diez de otros barrios. Y llegó gente de otras ciudades y amigos que sentían algo diferente. Las otras personas se asomaban en sus jaulas por las ventanas maravilladas por el sonido del silencio, por las sonrisas de los jóvenes y algo más que no podían explicar. Entonces bajaban de sus jaulas y se unían al paseo. Y pasó una vez, y pasó dos veces, y pasó durante cuatro años todos los primeros domingos de cada mes en una ciudad a la que ellos todavía le encontraban buenos aires, a pesar de todo.

Y pasaba en un ratito de la vida, dos veces por mes. Algo así como un vía crucis de una nueva iglesia. Se ocupaba la calle por un ratito para manifestar una creencia. Un ratito. Un ratito de veras: ocho horas por mes, y el mes tiene como setecientas horas; como mucho diez cuadras de la ciudad, y la ciudad tiene casi cincuenta mil cuadras. Es decir, un 0,02% de las calles era ocupado por seres amantes de lo inatrapable, sin organización alguna, por un ratito. Seres que no figuraban en ninguna lista, que no se habían afiliado a ninguna idea que no fuera su corazón y algo más que no podían explicar.

El movimiento de los sin jaula creció tanto que se volvió incontrolable e inatrapable. Y así resistió y siguió creciendo como ningún movimiento había crecido en la ciudad en los últimos años. Llegaban seres de todas las patrias, de todos los países, de todos los barrios, de todas las formas, de todas las edades, de todas las creencias. Y todos convivían sin paredes, sin horarios, sin rumbo, sin ideales, sin placer mayor al de vivir el tiempo presente. 

Cuarta parte

Pero en la calle todavía muchos seres estaban en sus jaulas yendo de acá para allá. Apurados por ir de jaula a jaula, sin tener tiempo para disfrutar y con el miedo de estar en un lugar que parecía tierra de nadie, atrapados dentro de una jaula que era propia. Una claustrofobia a cielo abierto, en su jaula móvil en lo que le dijeron era tierra de nadie; pero en realidad es tierra de todos... todavía.

Algunos pájaros sin jaula trataban de tranquilizar al pájaro enjaulado que se sentía más atrapado aún, sorprendido, enojado, con sus derechos alterados, con su libertad violada por un grupo de pájaros libres. Los pájaros sin jaula lo invitaban a salir de su jaula móvil... y a veces respiraba, comprendía y se relajaba. Tomaba por otra calle y al llegar a su casa contaba la noticia.

Pero otros pájaros sin jaula pensaban que sólo con andar sin jaula por la calle bastaba. Algunos pájaros sin jaula se creyeron dueños de la razón. Entonces trataban de convencer a la fuerza a éstos seres-caja. Los creían seres inferiores por estar atrapados y era entonces cuando los maltrataban, se reían de ellos y los amenazaban.

Un día un pájaro enjaulado sintió mucho miedo entre ellos. Se enojó. Se sintió solo. Se sintió solo quizás como su alma se siente todas las mañanas con una casa que no es la que él quisiera, comiendo comida que no le hace bien, invirtiendo sus horas en un trabajo que lo angustia, a la deriva en un mundo moderno que le corre por encima con el verso del éxito, la democracia, la moda y la fama. Se sintió solo y sintió la salida adelante... aceleró en su jaula y pisó algunos pájaros indefensos sin caparazón ni armaduras de ningún tipo.

¿Qué pasa cuando la anestesia no es suficiente? ¿Qué pasa cuando la radio no tapa las risas y los festejos de los sin jaula? ¿Qué pasa cuando el nuevo celular con sus múltiples posiblidades y pantalla tácil no te hace salir de sentirte atrapado dentro de tu propio auto que compraste en cómodas cuotas? ¿Qué pasa cuando la angustia es tanta y la cultura te dice tantas cosas que ya no podés respirar el aire que todavía queda por ningún lado? ¿Qué pasa cuando estás solo atrapado en una jaula y tu alma fallece en la angustia de no poder dejarla?

¿Qué pasa cuando el miedo te gana la cabeza y la violencia es la única salida?
¿Qué pasa cuando el pájaro que no quería adueñarse de nada se cree dueño de algo?

¿Qué pasa cuando gana el miedo?

Quinta parte


Silencio.

Como el silencio que habitaba la calle cuando los pájaros sin jaula ni motor transitaban.

Cada uno da lo que recibe.
Los pájaros sin jaula le dieron silencio a la ciudad.
Ahora la ciudad, su locura y los dueños de las cosas pone en silencio a los pájaros sin jaula.

En el silencio sonó la radio. Cantaba un pajarito en el éter: ¿No le gustaría no ir mañana a trabajar y no pedirle a nadie excusas, para jugar al juego que mejor juega y que mas le gusta? ¿No le gustaría ser capaz de renunciar a todas sus pertenencias y ganar la libertad y el tiempo que pierde en defenderlas? ¿No le gustaría dejar de mandar al prójimo para exigir que nadie lo mande lo mas mínimo? ¿No le gustaría vencer la tentación sucumbiendo de lleno en sus brazos?

Entonces todos los pájaros sin jaula se miraron.
Entonces todos los pájaros sin jaula pensaron que había algo que pensar.

Pensaron que creerse dueños de algo los endurecía al borde de volverse atrapables. Se endureció el sueño cuando dueños de la razón algunos pájaros creyeron que debían mandar al prójimo. Los pajaritos sin jaula construyeron su propia jaula.

Miedosos, se creyeron incomprendidos y en desventaja.
El miedo cuerpo adentro hace brotar la violencia hacia afuera.

¿Los pajaritos sin jaula habían olvidado la magia de lo inatrapable acaso?
Si la calle era el anteúltimo bastión, ¿entonces cuál es el último?

El miedo es la jaula de la mente. No dejes que te atrapen.
En tu alma todavía sos un pájaro sin jaula. Liberate.
Si no dejás de seguir los sueños inatrapables, seguirás siendo inatrapable.

Por más sellada que sea una puerta, siempre entra un chiflete por algún lado.
Por más de que no quieras... siempre entra el aire.

Nuestros sueños están hechos de aire.
Y el aire es libre.

Letras de algún delirante fabricicleto exiliado por voluntad propia luego del suceso ocurrido en la Masa Crítica Nocturna de Buenos Aires del mes de Marzo. Ilustraciones por una delirante amiga fabricicleta que habita los confines y las calles más dulces de la ciudad, entre recetas sin leche ni huevo llenas de sonrisas de semillas.

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